martes, 1 de junio de 2010

EL HOMBRE, LA ROCA Y EL CIELO

Un Hombre estaba de pie, solo.

De vez en cuando se sentaba sobre la Roca. Contemplaba el Cielo que era infinito, como su asombro.

La Roca se hallaba al final del tiempo.

Pero no podía haber un fin porque todo era infinito, menos el Hombre.

Una vez el Hombre oyó a Dios que le hablaba, pero estaba seguro que no podía haber sido él, porque Dios había muerto la semana anterior.

Porque Dios como el Hombre no eran infinitos.

Solo el Cielo y la Roca lo eran.

El Hombre había presenciado el entierro de Dios. Nadie había creído al pobre vagabundo que decía ser Dios, hasta que murió.

La banda tocó y todos se dieron cuenta de lo equivocados que habían estado.

Una mañana el Hombre se despertó y descubrió que había perdido su mente.

Agradecido con su nueva libertad, se fue a la búsqueda...

Y finalmente encontró a la Roca y decidió quedarse ahí y ver el Cielo.

Al principio el cielo lo miró con desdén, pero poco a poco le fue aceptando, ya era parte de la Roca.

El Hombre, la Roca y el Cielo jugaban juntos e intercambiaban historias sobre sus aventuras durante sus búsquedas.

Un día la Roca estaba tremendamente bonita y el Cielo particularmente precioso.
El Hombre podía sentir Felicidad en todo su alrededor.

Presentó a su nueva amiga Felicidad a la Roca y al Cielo.

Un buen día, algunas personas que pasaban por ahí, viendo al Hombre encima de la Roca, observando el Cielo y hablando con su amiga Felicidad.

Se lo tomaron como una ofensa, no entendieron, se sentían amenazados.

Destrozaron la Roca con sus martillos y construyeron una muralla alrededor de la Felicidad. El Cielo lo cubrieron con pintura.

El Hombre lloró. No había llorado desde hacia mucho tiempo. No, no se sentía mejor llorando.

Deseó que Dios no hubiera muerto ese día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario