jueves, 26 de agosto de 2010

LA FLECHA

Era una mañana triste y gris cuando el fuerte y robusto caballero subía a la torre más alta del castillo. Desde la cima se podía ver todos los alrededores, la aldea, el bosque y más allá de las montañas.
En su mano izquierda llevaba su mejor arco y en la derecha una flecha con un mensaje atada a ella.
Con el arco a máxima tensión y mano firme apuntó la flecha hacia el cielo, la lanzó con toda su fuerza. Siguió la trayectoria hasta perderla de vista, trabajo cumplido. Se retiró a las entrañas del castillo, para seguir participando en la fiesta que se celebraba en honor de Dionysius.

La flecha siguió su viaje, tenía un cometido y lo cumpliría pasara lo que pasara. Voló sobre el bosque, sobre las montañas, atravesó desiertos, valles, junglas, mares y océanos. Fue agredida por unos pájaros, pero supo defenderse y seguir su camino. Ni el frío, ni el calor la hicieron parar.
Por fin vio su destino, una aldea y una casa en particular. Su plan era clavarse a la puerta de cierta casa y entregar su mensaje.
Ya estaba cerca, ya veía la casa, ya veía la puerta donde aterrizar. Estaba a punto de cumplir su misión, cuando el destinatario de su mensaje abrió la puerta y sin poder cambiar su rumbo se encontró sin puerta, pero atravesó el corazón del que la había abierto. Cosas de la vida. Los vecinos que acudieron a la escena de la tragedia, quemaron la flecha y enterraron al desgraciado vecino. Leyeron el mensaje que había traído la flecha:
"Estas invitado a mi fiesta de cumpleaños la semana que viene. Con ganas de verte de nuevo. Tu amiga Patricia".

Bueno, supongo que todo pasa por alguna razón, y si no...vaya. Además ¡para que está el teléfono!

martes, 10 de agosto de 2010

REGALO DE NAVIDAD

Era navidad, el viento soplaba frío, la nieve caía en abundancia. Peter iba camino de casa, ya tenía ganas de llegar, tras otro día aburrido y agotador en la oficina. Ya soñaba despierto con volver a ver a su esposa e hija. Quedaban dos días para las vacaciones. Se sentía satisfecho, ya había comprado todos los regalos para la familia; un collar para su esposa y una casita de muñecas para la niña. Iba cabizbajo, absorto en sus pensamientos, cuando sin darse a penas cuenta, vio en el suelo lo que parecía una pistola. Se paró y la tomó en sus manos, sin estar seguro si era de verdad o de juguete. Por el peso parecía de verdad, sacó el cargador y estaba vacío, pero había una bala en la recámara. No sabía que hacer con ella, dejarla donde la había encontrado o entregársela a algún policía. Miró a su alrededor dándose cuenta que estaba a la puertas de la iglesia de su parroquia. Las puertas se abrieron y vio salir unos niños felices, riendo, gritando...y tras ellos salía el cura, el mismo que años atrás le había retenido tantas y tantas tardes después de los ensayos del coro. No pudo dejar de mirarlo al mismo tiempo que se iba acercando hacia él. El cura se dio cuenta y también se quedó observándolo.


-¿Puedo hacer algo por usted?- le preguntó el cura. Automáticamente levantó la pistola y le apuntó.

-¡Dios mio!Dios mio!Que haces hijo?¿Que quieres?- Se produjo un largo silencio.

-Eres el padre Jeremías, ¿verdad?- El cura asustado, no sabía que pensar ni que decir.

-Hijo, ¿te conozco?¿que quieres de mi?

-Habrán pasado tantos y tantos, que difícil sería que te acordaras de cada uno. No importa quien soy yo, lo que importa es quien eres tu.- Seguía apuntándole. El cura se postró de rodillas y rompió a llorar.

-Hijo, sea lo que sea que te he hecho, te pido perdón.

Estaba dispuesta a disparar, empezaron a pasar por su mente imágenes, ideas.

-Si matase a este cura ¿acabaría con el hambre, con la injuticia, con el racismo, con el machismo, con las torturas, la guerras, las violaciones, la pobreza y con la violencia en general? Pues no.
Bajó la pistola tirándola en la nieve y se fue caminando. Solo pensaba en volver a casa y abrazar a su mujer y a su hija. El cielo estaba cubierto de nubes y de pronto entre ellas se abrió un espacio y le cayó un rayo de luz; y mirando hacia arriba vio el cielo, vio las estrellas, vio la galaxia, vio los universos, vio el sol. Vio toda la gloria de Dios, por un momento sintió lo que no había sentido jamás en su vida. Volvió donde había dejado la pistola y la volvió a coger. El cura seguía de rodillas llorando. Pensó en su mujer , en su hija y la maravilla del mundo...y se metió el barril de la pistola en la boca.

SOLEDAD

La soledad, la gran enfermedad de nuestros tiempos, está de moda como el cáncer: ambos vienen por la noche, poco a poco, hasta que te atrapan. La soledad es muy difícil de diagnosticar; no quiere decir que no tengas familia, amigos o conocidos. No demuestra señales externas, puedes seguir saliendo de fiesta, de juerga, puedes tener pareja, incluso estar casado con hijos, pero la soledad se mantiene ahí sin ruido, silenciosa, pero vencedora. Es la soledad del alma, la soledad desde lo más profundo, estar solo rodeado de un centenar de personas, estar solo en tu corazón y en tu mente, estar solo en ti mismo. Tus pensamientos son solo tuyos y no hay nadie a quién puedas transmitirlos. "Vivimos como soñamos, solos". Coge fuerzas de que todos a tu alrededor pasan lo mismo, a un nivel u otro, pero no lo declares en voz alta, la sociedad no está preparada para ello y te castigará. Aguanta, sonríe y ofrécele una copa a tu invitado, igual que hicieron tus padres, tu abuelos, lo mismo que han hecho los millones que han venido y sufrido antes que tú.

UN SUEÑO

Era sábado por la tarde, me quedé dormido tras beber y comer demasiado. Tuve un sueño algo raro. Era de noche, subía la colina pero todo era negro, ni luna, ni estrellas. Bajé a la playa, pero no había agua; lo que se suponía que era el mar, estaba seco. Me acerqué a un bar, pero no servían copas. Llamé a mis amigos, pero ninguno me contestó. Confuso, fui a la iglesia y había de todo, menos Dios. Asustado fui a tu casa, pero habías salido. Entonces quise despertar, pero no podía, era tarde. Había pasado demasiado tiempo buscando lo que no había.

sábado, 19 de junio de 2010

QUIZAS SI VOY A MISA

Subía un día a la colina de mi pueblo. Un lugar donde poca gente acudía, no tenía grandes vistas, ni flores, ni fauna. ¿Cual fue mi sorpresa cuando llegué a la cima? Iba a sentarme en mi roca favorita, cuando descubrí que ya había alguien sentado en ella. Me acerqué cautelosamente, viendo a una persona mayor, pelo blanco, barba blanca; observé su atuendo y sin miedo llegué hasta él y le saludé
"Buenos días hermano" Se giró y me miró sonriendo. Una sonrisa que jamás había visto en mi vida. "Hola me llamo Carlos", le dije. Me extendió la mano y respondió: "Hola, yo soy Dios".
"¡Anda ya!" -dije yo-"¿Y que hace Dios aquí, si se puede saber?".
"Estoy mirando mi creación, a la gente, sus penas, sus glorias, su lucha de día a día para salir adelante".
"Bueno-dije yo- no se si te has enterado, pero el mundo está bastante mal, por no decir que está hecha una mierda. Hay tanta injusticia, tanto crimen. Hay tanta gente buena que sufre, en este mundo tuyo, y además siguen yendo a la iglesia".
"En fin hijo, lo primero no me asocies con la iglesia, eso no tiene nada que ver conmigo, es cosa vuestra. Pero si hijo, te doy la razón, el mundo da un poco de asco hoy en dí. ¿Qué quieres que haga yo? ¿quizás te gustaría otro diluvio universal? o ¿una plaga de esto o lo otro? No, yo creé al hombre para tomar sus propias decisiones. Me conformo con observar, no te puedo negar que en general, la humanidad me ha defraudado; esperaba más de ellos, pero ha habido y han hecho cosas hermosisimas, tan bellas que no yo, Dios, las hubiera imaginado y por eso me fascinan. Sois capaces de lo más vil y de los más bello al mismo tiempo. Sois unas criaturas ralemnte contradictorias. Creo que es por eso, que os quiero tanto y nunca os abandonaré"
"Todo esto que dices es muy bonito, pero ¿me podías dejar dinero para tomarme un cubata?". El hombre Dios, había desaparecido.
"¡Joder!- pensé yo- un cubata no era para tanto, quizás si voy a misa..."

EL VIEJO

Paseando por el camino del pueblo, me encontré con un hombre. "¡Bendito seas, hijo mío!" me dijo. Me paré al ver a un viejo con vaqueros y camisa del tiempo de mi abuela. "¿Porqué me dices eso?" pregunté.

"Hijo mío, ¿no me conoces? ¡Soy Dios!"
"¡Vaya!- dije- ¡Eres un cabrón y un desgraciado!- y seguí mi camino dejándole atrás. Me volvió a decir: "¿Y tú te crees muy listo, no? A ver si tu lo hubieses hecho mejor, ¡capullo!.

¡UN DIA FELIZ!

Tenía treinta y pocos años cuando me desperté una mañana. El tiempo era bueno, el solo brillaba como nunca, el cielo un azul de película. Pensé ¡que feliz estoy! Mi novia vive en el pueblo de al lado, tengo tres títulos universitarios; la nevera está llena, no debo nada a nadie. ¡Que grande es la vida, cuando se cree en Dios! Cogí la navaja de afeitar y acabé con todo.